Las (innecesarias) consecuencias económicas del populismo

• Por Eduardo Sanz. Responsable de Economía de la Fundación Basilio Paraíso

La economía española sigue beneficiándose del triple impulso exterior que constituyen el relativo bajo precio del petróleo, la evolución del tipo de cambio frente al dólar y el mantenimiento de los estímulos monetarios personificados en el programa de compra de activos del Banco Central Europeo. De continuar por la misma senda, el consenso de proyecciones económicas apunta a que el próximo ejercicio la riqueza nacional puede alcanzar el nivel máximo que atesoró justo antes del impacto de la Gran Recesión. A su vez, el repunte moderado de la inflación podrá aliviar, siquiera levemente, la aún importante carga de la deuda que pesa sobre los sectores público y privado, toda vez que el incremento en los tipos de interés resulta cada día más plausible.

En suma, contenidos los principales riesgos estrictamente asociados al tráfico mercantil, la apoteosis de la Gran Recesión dibuja una incertidumbre cuyas raíces se incardinan en el ejercicio soberano de la voluntad democrática de la ciudadanía, por el momento, británica y estadounidense. La victoria política de movimientos populistas, esto es, el triunfo de relatos demagógico-fabuladores sobre la realidad, puede extenderse en los próximos meses, en mayor o menor medida, a Italia, Francia, Países Bajos… Más allá de una estrategia para alcanzar el poder, el compromiso de gobierno de la narrativa populista no es sino una incógnita mayúscula.

Ahora bien, en realidad, experimentar las consecuencias económicas del populismo es innecesario. Para ello, quizá revertir el incremento en la desigualdad (y, por ende, en las oportunidades vitales) que los españoles han contemplado desde el inicio de la crisis pueda ser un buen comienzo. La aprobación de las cuentas públicas para 2017 proporcionará la respuesta.